viernes, 11 de junio de 2010

Magnífica conclusión del Año Sacerdotal

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El Año Sacerdotal, esta gran iniciativa de nuestro Santo Padre con ocasión del 150º aniversario del dies natalis de San Juan María Vianney, ha llegado a su fin. Con la celebración, en Plaza San Pedro, de una intensa Vigilia de Oración ayer por la noche y de la Santa Misa esta mañana, se cierra este año de gracia en el que la Iglesia ha reflexionado y valorado pero principalmente orado por todos sus sacerdotes; un año que ha estado marcado también por el sufrimiento de la Iglesia ante los graves pecados de algunos pocos sacerdotes y por el sufrimiento del Pastor universal de la Iglesia al ser objeto de ataques despiadados, ciertamente por su fidelidad plena a Cristo, que lo convierte en un auténtico ejemplo para todos los sacerdotes de la Iglesia.


El mensaje de Su Santidad ha sido bello y luminoso, comenzando por la Vigilia de ayer por la noche, cuando respondió espontáneamente pero con la sabiduría de un gran maestro de la fe, a las preguntas de cinco sacerdotes. Y continuando por la preciosa homilía pronunciada hace algunos momentos, de la cual queremos destacar dos breves pasajes, especialmente fuertes y significativos, y ante los cuales las palabras del Santo Padre fueron espontáneamente aplaudidas por los quince mil sacerdotes que concelebraron la Sagrada Eucaristía. “Era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo”, confesó Benedicto XVI. E incluso afirmó: “Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación y la destrucción de la fe, como si nosotros inventáramos la fe autónomamente”. El texto completo de la homilía puede encontrarse en el sitio web de la Santa Sede.


Oremos fervientemente a nuestro Dios para que este Año Sacerdotal, que hoy se concluye, continúe dando frutos de santidad sacerdotal en toda la Iglesia; para que todos los sacerdotes, fieles al Amor del Corazón de Jesús, se entreguen completamente a Aquel que los ha llamado; para que nuestro Sumo Pontífice, este don precioso que el Espíritu de Dios ha regalado a la Iglesia en estos tiempos de desorientación, continúe guiando por mucho tiempo a la Iglesia con el amor de padre, la sabiduría de maestro, y la firmeza de la Roca.

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“El sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aun conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio». Que Dios nos considere capaces de esto; que por eso llame a su servicio a hombres y, así, se una a ellos desde dentro, esto es lo que en este año hemos querido de nuevo considerar y comprender. Queríamos despertar la alegría de que Dios esté tan cerca de nosotros, y la gratitud por el hecho de que Él se confíe a nuestra debilidad; que Él nos guíe y nos ayude día tras día. Queríamos también, así, enseñar de nuevo a los jóvenes que esta vocación, esta comunión de servicio por Dios y con Dios, existe; más aún, que Dios está esperando nuestro «sí». Junto con la Iglesia, hemos querido destacar de nuevo que tenemos que pedir a Dios esta vocación. Pedimos trabajadores para la mies de Dios, y esta plegaria a Dios es, al mismo tiempo, una llamada de Dios al corazón de jóvenes que se consideren capaces de eso mismo para lo que Dios los cree capaces. Era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo. Y así ha ocurrido que, precisamente en este año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes, sobre todo el abuso a los pequeños, en el cual el sacerdocio, que lleva a cabo la solicitud de Dios por el bien del hombre, se convierte en lo contrario. También nosotros pedimos perdón insistentemente a Dios y a las personas afectadas, mientras prometemos que queremos hacer todo lo posible para que semejante abuso no vuelva a suceder jamás; que en la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y que queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida. Si el Año Sacerdotal hubiera sido una glorificación de nuestros logros humanos personales, habría sido destruido por estos hechos. Pero, para nosotros, se trataba precisamente de lo contrario, de sentirnos agradecidos por el don de Dios, un don que se lleva en «vasijas de barro», y que una y otra vez, a través de toda la debilidad humana, hace visible su amor en el mundo. Así, consideramos lo ocurrido como una tarea de purificación, un quehacer que nos acompaña hacia el futuro y que nos hace reconocer y amar más aún el gran don de Dios. De este modo, el don se convierte en el compromiso de responder al valor y la humildad de Dios con nuestro valor y nuestra humildad. La palabra de Cristo, que hemos entonado como canto de entrada en la liturgia de hoy, puede decirnos en este momento lo que significa hacerse y ser sacerdote: «Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt11,29).”


“«Tu vara y tu cayado me sosiegan»: el pastor necesita la vara contra las bestias salvajes que quieren atacar el rebaño; contra los salteadores que buscan su botín. Junto a la vara está el cayado, que sostiene y ayuda a atravesar los lugares difíciles. Las dos cosas entran dentro del ministerio de la Iglesia, del ministerio del sacerdote. También la Iglesia debe usar la vara del pastor, la vara con la que protege la fe contra los farsantes, contra las orientaciones que son, en realidad, desorientaciones. En efecto, el uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación y la destrucción de la fe, como si nosotros inventáramos la fe autónomamente. Como si ya no fuese un don de Dios, la perla preciosa que no dejamos que nos arranquen. Al mismo tiempo, sin embargo, la vara continuamente debe transformarse en el cayado del pastor, cayado que ayude a los hombres a poder caminar por senderos difíciles y seguir a Cristo.”

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