domingo, 22 de junio de 2008

El vicario del Vicario y su última lección

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En la basílica papal de San Juan de Letrán, el Cardenal Camillo Ruini, Vicario del Papa para la diócesis de Roma, ha presidido una Misa con ocasión del 25º aniversario de su ordenación episcopal y, al mismo tiempo, de su despedida de esta función (el Papa aceptaría en los próximos días la renuncia del cardenal de 77 años). Por su valor, que trasciende los límites de la diócesis romana, ofrecemos aquí algunos breves pasajes que consideramos especialmente significativos:

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“No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer: teman a Aquel que, después de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena…” Un comentario existencial a este texto, de parte de un Obispo, lo ha ofrecido Juan Pablo II en su libro “¡Levantaos, vamos!”, en el capítulo titulado “Dios y el coraje”. Él cita las palabras pronunciadas en tiempos difíciles por el Cardenal Primado de Polonia, Stefan Wyszyński: “Para un obispo la falta de fortaleza es el comienzo de la derrota. ¿Puede continuar siendo apóstol? ¡Para un apóstol es esencial el testimonio de la Verdad que se dé! Y eso exige siempre fortaleza” y también “La falta más grande del apóstol es el miedo. La falta de fe en el poder del Maestro despierta el miedo; y el miedo oprime el corazón y aprieta la garganta”.

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Personalmente no he vivido experiencias dramáticas como las del Cardenal Wyszynski y Karol Wojtyla; tanto menos como la del profeta Jeremías que hemos escuchado en la lectura… Cada Obispo, sin embargo, en su tiempo y en sus situaciones de vida y de ministerio, tiene necesidad de al menos un poco de fortaleza y también yo la necesité… Cuando se habla de esto, se piensa enseguida en la fortaleza o el coraje dirigido por así decir “hacia el exterior”, sobre todo hacia las presiones ejercidas por la “opinión pública”, tal como ésta es interpretada, y no pocas veces construida, por los medios de comunicación. Es indispensable, para un Obispo, eludir el sometimiento en las confrontaciones de este género de presiones, y a tal fin es importante recordar que la verdad que nos ha sido donada y confiada, aquella verdad que en definitiva es Cristo mismo, cuenta y pesa mucho más que cualquier opinión.

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En realidad, para mí esto ha sido, después de todo, un problema bastante leve: como he dicho en broma hablando con algunos hermanos Obispos cuando pensaba que no había otros oyentes, “las balas de papel no dan mucho miedo”. Difícil me ha resultado, más bien, lograr unir, incluso en el modo de expresarme y de comunicarme, la firmeza con el amor. El ejercicio de la fortaleza de parte de un Obispo, es más necesario, y también más comprometedor, en el gobierno cotidiano de la Diócesis, donde no sólo se actúa sobre opiniones, sino sobre personas. Aquí las certezas son más difíciles, mientras que es más fuerte la necesidad de hacer tangible que lo que hacemos y decidimos lo hacemos y decidimos por amor, buscando el bien, sea de la comunidad, sea de las personas interesadas. Es este, quizás, el mayor peso cotidiano de un Obispo, no digo su cruz más grande – ésta, de hecho, son sus pecados personales- pero sí la más “inmediata”.

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Un último pensamiento respecto al coraje del Obispo retoma el tema de la fortaleza en el anuncio y en el testimonio público de la fe. Me he sentido muy ayudado y estimulado a este respecto en mi tarea de Vicario del Santo Padre, en concreto, por el ejemplo que he recibido de Juan Pablo II y de Benedicto XVI: en muchas ocasiones he percibido casi físicamente que habría sido injusto dejarlos solos. Ya antes, cuando no era aún Obispo, he tenido la misma sensación respecto a Pablo VI. Estar junto al Papa en el anuncio y el testimonio de la fe, especialmente cuando es incómodo y requiere coraje, es en realidad el deber de todo Obispo, un aspecto esencial de la colegialidad episcopal. Me permito decir que si todo el Cuerpo episcopal hubiera estado fuerte y explícito a este respecto, diversas dificultades, en la Iglesia, habrían sido menos graves y que, incluso para el futuro, ésta puede ser una manera eficaz para redimensionarlas y superarlas.

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El ministerio del Obispo ciertamente no está hecho sólo de coraje: en concreto es muchas cosas, pero sobre todo es “amoris officium”( San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de Juan, 123,5), tarea y deber de amor…

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Mi dolor más grande concierne a mi debilidad y mediocridad en aquello que es el primer deber de todo Obispo: la oración. Cuántas veces he recibido de la gente pedidos de oración, en la justa convicción y certeza de que el Obispo es sobre todo hombre de Dios y, por consiguiente, hombre de oración. Especialmente pido perdón por esta debilidad y mi primer propósito para el futuro es el de ponerle, con la gracia de Dios, de algún modo remedio…

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El pequeño testamento que quiero dejar a la Diócesis de Roma es entonces este: Miremos el gran desafío que hoy debemos afrontar, sepamos dar cuenta, no nos escondamos frente a él, busquemos recibirlo en su fuerza, densidad, permeabilidad, capacidad de penetración, aquella capacidad y aquel atractivo que ejerce especialmente en las nuevas generaciones. Pero mirémoslo con ojos desencantados y a la vez penetrantes, con los ojos de la fe, que son necesariamente distintos y también más penetrantes que una mirada solamente humana. Con la luz de la fe, podemos intuir la realidad profunda del hombre, en la que Dios está presente para atraer a sí y orientar a Cristo las personas y la historia.

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(Traducido por Francesco. Ver texto completo)

2 Comentarios:

ErmitañoUrbano ha dicho

Testimonios de vida,como este, nos alientan en la fe. Ser fuertes en la debilidad. Unidos en la Santa Misa.

Ludmila Hribar ha dicho

Un gran ejemplo el cardenal Ruini. Dios quiera que la Iglesia, y en especial la italiana, sepa aprovechar su valioso legado. Gracias Francesco.